viernes, 22 de septiembre de 2023

 El prototipo de les Robotes*.

Robote, que no rebote; pero, también . . .
Tampoco Robotto,
ni Robotta; pero, también . . .
¡Tutti Robotti! ¡Presto! 🤖

viernes, 26 de junio de 2015

Desfallecida, sutil.
Ninfa durmiente.
Ondina rendida.
Salamandra iridiscente, a veces apagada.

domingo, 26 de abril de 2015

Opio.

El opio de los filósofos es la ontología, el opio de los latinoamericanistas es la fenomenología..

jueves, 4 de abril de 2013

La "vida" e historia del espejo. (Narrativa para armar).

La "vida" e historia del espejo.


""...."El hotel Paraíso con sus espejos rotos, sus muros escritos, sus muebles rayados... la ansiedad de la muerte..de la vida... de la intrascendencia....pedazos de memorias..fantasmas...recuerdos recurrentes

....pero sobre todo la vía de paso de la incertidumbre"....(...)..."" "Hacer almas de las sombras". Ed. Gllmrd. XiX.


viernes, 9 de noviembre de 2012

Los lectores, somos de lo peor, sí no nos seducen/cautivan desde las primeras líneas, los abandonamos. A veces damos breves atisbos a los contenidos centrales, tratando de diagnosticar, le damos la vuelta y emitimos el juicio inquisidor. Dicha condición se extiende al olvido, o en el mejor de los casos a un rencuentro reinterpretativo.

jueves, 7 de junio de 2012

El Edén


El Edén

      Después de horas viajando en autobús, el húmedo calor me despertó súbitamente, empapado en sudor, miré por la ventana y pude apreciar la densa vegetación tropical, el veteado color café de Oaxaca, cambiaba a una tupida verde fronda continua característica de Chiapas. Anhelante de llegar a la tierra anegada, léase Tapachula, harto de las horas de viaje.  Un hotel barato a la vuelta de la terminal camionera fue el preámbulo de una insospechada experiencia. Una vez hechos los papeleos y entregadas las constancias de servicio social en la séptima jurisdicción sanitaria.  Subí la sierra del Soconusco con dirección a Nueva Alemania en un camión foráneo de ruidoso motor y suspensión prácticamente ausente.  El día que llegué a la clínica del Edén y los 2 subsecuentes la consulta fue numerosa, conforme los días pasaban fue disminuyendo hasta que una media de  10 a 20 pacientes por día era la jornada diaria promedio. Conforme ya no era la novedad, mi presencia se escurrió por los confines de las zonas de influencia como una sombra silenciosa.
         La clínica de la secretaria de salud estaba ubicada en la ladera de un cerro, en la cima del mismo hay una iglesia anexada a una estancia de catequistas. Un párroco (siempre ausente y de viaje en Los Ángeles o en el Obispado) y un vicario administraban el feudo católico. Vivian no sin problemas entre las comunidades ya que la existencia de otros credos cristianos como testigos de Jehová o Pentecosteses son característicos de la zona. Benedicto, el vicario era originario del puerto de Veracruz, fue prácticamente cedido por su familia al seminario de los Legionarios de Cristo desde su infancia, había tenido una novia a escondidas como único recuerdo y también había tenido en suerte haber asistido durante 2 años al Seminario de Toledo en España. Era alto, gordo, flojo, goloso, dicharachero, a veces malhumorado, grosero y contestón. Ambos teníamos cuenta en el mismo tendejón, de donde Benedicto frecuentemente regresaba cargando múltiples productos de conocida panificadora mexicana. La comunidad tenía a disposición un viejo jeep para el párroco y el médico, ya que la vieja ambulancia era realmente un cacharro inoperante. En época de vacunación el recorrido de las comunidades ejidales, llamadas localmente cantones, me dio un panorama más amplio, además iba censando cada vivienda que encontraba. Ya era de mi conocimiento la existencia de un brujo muy mentado por estas tierras llamado Martín.  Una de las enfermeras de la clínica me había contado que Martín era el hijo ilegítimo de un finquero alemán y una sirvienta chamula (realmente tzotzil).  La gente le tenía miedo y no obstante recurrían a él. En especial unas muchachas que eran hermanas venían de una comunidad llamada Reforma no muy distante ubicada en el área de influencia del IMSS coplamar.  Dichas hermanas Zamudio lo fueron a buscar para pedirle un favor, querían tener novio y casarse pronto. Martín había accedido a sus peticiones, pero a cambio pedía una serie de acciones además de un pago.  Algunas semanas pasaron, las hermanas Zamudio tenían novios, estaban muy contentas y los días transcurrían aparentemente sin pesadumbre.
         Una tarde calurosa de sábado, al amparo de la sombra de un frondoso chipilín,  nadaba y chapoteaba en una poza del río Jordán, ramal tributario del río Coatán, en un paisaje de cascadas escalonadas entre remansos, donde las mujeres lavaban la ropa y se bañaban al mismo tiempo, rodeadas siempre de críos. Apareció como una sombra Martín, Martincito, de alguna forma parecía mi propio reflejo. Tras un segundo de excitación y algo de miedo, se me acercó y cordialmente me extendió la mano.  Tras aquel saludo, el instante se escurrió como en un sueño, nos veíamos frecuentemente, teníamos charlas muy animadas y en ocasiones discusiones acaloradas, pero siempre en buen talante. Su conocimiento empírico de las cosas, de las plantas, del ecosistema y la forma como todo se interrelaciona y se hace explícito, la naturaleza también es simbólica. Las enfermeras veían con curiosidad esta camaradería, una de ellas llamada Eloísa decía que Martín era un diabólico, extraño calificativo viniendo de una testigo de Jehová y le era tan incómodo, que tramitó una Incapacidad que duró meses, dejándome con una sola enfermera capacitada y otras 2 pasantes en servicio social. Por aquellos días Benedicto no me hablaba con la misma soltura, estaba enojado pues el jeep estaba estropeado por las duras jornadas de las semanas de salud en las comunidades periféricas al centro de salud, así que no podía transportarse por cuenta propia a oficiar servicios religiosos fuera de su parroquia.  Refunfuñando se iba el vicario a las comunidades en los autobuses expresos guajoloteros que recorrían las terracerías hacia los poblados circundantes.
         Un día gris, brumosamente nublado la hermana menor de las hermanas Zamudio, llamada María Margarita presentó lo que el médico del imss coplamar diagnosticó en su momento como convulsiones epilépticas. Se le administró valproato, las convulsiones cesaron, se valoró electroencefalográficamente en Tapachula, sin arrojar ningún diagnóstico definitivo, aparentemente clínicamente no tenía nada. Sin embargo la situación de la chica no iba nada bien, un buen día la fue a ver Benedicto a petición de los padres de la muchacha quienes estaban horrorizados y desesperados. Al parecer las hermanas Zamudio no habían cumplido las disposiciones de Martín, lo cual anunciaron  a Benedicto, quien no hizo mucho caso de este hecho y no relacionó los eventos, minimizándolos y calificándoles irónicamente de supercherías. María Margarita perdía el sentido con frecuencia, los neurólogos en Tapachula no habían encontrado nada, así que la refirieron a la interconsulta del servicio Psiquiátrico. Los padres de la niña reaccionaron negativamente, no podían aceptar o no estaban de acuerdo en que su preciada hija estuviese mal de sus facultades mentales, ya que siempre había sido una personita dulce, vibrante, juguetona, imaginativa de múltiples ocurrencias. Así que recurrieron a la opinión del señor cura, éste afortunadamente les indicó que llevar a la criatura con la Psiquiatra era una buena idea. Reacios y a regañadientes. María Margarita fue llevada por sus padres para la evaluación psiquiátrica. Tras una batería de pruebas proyectivas y cognitivas, basándose además en los resultados electroencefalográficos, la psiquiatra concluyó que la nena no tenía el menor problema y que lejos de ello era muy despierta, capaz e inteligente. Pero cada vez que la niña regresaba al cantón, los síntomas volvían a presentarse invariablemente. Una tarde soleada Martín me invitó a su casa, era una chocita pequeña, con un tapanco de palo y un cobertizo, me dijo que me presentaría a su “aliado”, corrió la tela a manera de cortina, en el centro del reducido espacio yacía un monolito de tamaño y altura considerable, más de 2 metros de alto y tal vez un metro y medio de diámetro, me recordaba una estela de Izapa pero estaba  tallado más gráficamente, parecía muy antiguo incluso prehispánico, e invariablemente tenía un semblante diabólico por calificarlo de alguna manera. Tenía orejas puntiagudas, los ojos muy abiertos, sacaba la lengua en una sonrisa sardónica. Los brazos cruzados sobre el pecho, en vez de pies una especie de garras.
         El centro de salud no contaba con cocina, así que el vicario me permitía guardar mis alimentos en la cocina parroquial, y ahí me encontraba preparándome la cena cuando el referido Benedicto entró súbitamente, con los ojos desbordados y la cara desencajada. Venía de la casa de María Margarita, sus padres le habían mandado llamar desesperados, ya que la niña parecía estar como poseída, el vicario refería que en primera instancia le daba gracia dicha concepción, pero al estar frente a la pequeña Margarita, su sonrisa se desdibujó. La pequeña se convulsionaba, gritaba y maldecía. Hablaba en latín y otras lenguas que Benedicto no pudo precisar, la supuesta entidad habitando en María le hizo entender al vicario que conocía todos sus secretos, aun los más íntimos y/o penosos. Todo este asunto hizo a Benedicto buscar consejo en el obispo de Tapachula, quien a regañadientes sólo le aconsejó tener criterio y discreción. Dos días después María Margarita estaba jugando en el beneficio (patio donde se tiende a secar la cereza del café), se quedó mirando fijamente al cielo, empezó a convulsionarse violentamente y cayó al suelo. Cuando llegó la mamá a verificar que le ocurría, la niña ya no respiraba. La llevaron de emergencia a la clínica coplamar, Lucy la médico en servició verificó que María Margarita ya no presentaba signos vitales. La tristeza se respiraba en el velorio, jarritos de café de olla circulaban entre los invitados, los compadres les daban el pésame a los padres de la niña difunta, los perros pendencieros no dejaban de ladrar y ladrar. En medio de la sorpresa y el estupor generalizado María Margarita se incorporó de su blanco y pequeño ataúd. Benedicto no daba crédito a sus ojos, incluso ya había participado del último sacramento y extremaunción. Pero más sorprendida estaba María Margarita al percatarse de tan peculiar situación. Las noticias de tal evento corrieron rápidamente y tuvieron un alcance inesperado. Me encontré con Lucy en Tapachula un fin de semana que organizábamos una expedición rápida a San Cristóbal.  Aquel lunes regresando al Edén una enfermera pasante me contó que la niña María Margarita había muerto de nuevo,  tal noticia me dejó atónito pues por alguna razón durante mi breve viaje no había dejado de pensar en el caso.
         Con todo este mitote catatónico las hermanas Zamudio en un reflejo de culpa, divulgaron que el mal de su querida hermana se le podría achacar a Martín, sin atreverse a confesarse del todo, ellas alegaron que era un pago por que habían conocido a sus ahora maridos. Una comitiva de gente iracunda fue a linchar a Martín, pero cuando llegaron a buscarle no encontraron a nadie. Velaron a María Margarita durante días y días con la esperanza de que volviese a despertar. Vino un médico Internista que mandaron buscar hasta Tuxtla y su diagnóstico era el mismo estaba muerta, clínicamente muerta. El hedor era insoportable, el pequeño cadáver mostraba ya los miasmas y signos de descomposición, el entierro fue breve, triste y silencioso. Se hicieron los rezos, se cantaron los pesares, los días pasaron y el suceso se transfiguró en anécdota tal vez tristemente destinada al olvido.  Martín se despedía, me deseaba buena suerte, estrechaba mi mano como cuando nos conocimos, desperté de aquel sueño lucido algo sorprendido.

         Esa tarde templada caminé más allá de los beneficios,  visite la choza de Martín. Una hurraca graznaba sin parar. Parecía como sí en aquella casucha nadie hubiese vivido en años, tenía curiosidad y me dirigí al cobertizo, de un tirón vacilante recorrí la tela y el pesado monolito no estaba más, tampoco la evidencia de haberlo movido de lugar.